La historia de Diana: los antecedentes médicos de su familia forjaron su futuro

 

Dos minutos en la ducha pueden marcar la diferencia en el itinerario de la atención médica.

 

11 Octubre 2022

Soy la única mujer de cinco hermanos. Nos criamos en Tuxtla, Chiapas, México, y tuvimos una infancia estupenda. Teníamos todo lo necesario o, al menos, lo que yo creía necesario. Nunca nos faltó la comida. Tenía un techo bajo el que cobijarme y tenía juguetes, y también fui al colegio. No me di cuenta de que, durante toda mi vida, mi padre tenía dos o tres empleos. Apenas le quedaba una hora al día para comer y relajarse. Mis padres, mis hermanos y yo crecimos muy sanos, hasta que fui a la escuela secundaria.

Ahí es cuando se enfermó mi madre. Descubrimos que tenía cáncer de mama, y poco tiempo después, también se lo diagnosticaron a mi tía, a mi abuela y a otra tía. En tres años, cuatro mujeres de mi familia desarrollaron cáncer de mama.

Como estudiante de secundaria, no entendía lo que estaba pasando en ese momento. Sabía que mi madre estaba luchando por su salud. La trataron con lo que había disponible en ese momento, y al poco tiempo me di cuenta de cuánto dependíamos del sistema público de salud. Por desgracia, el tratamiento no fue suficiente. Mi madre falleció en 2011. Luego mi abuela y mi tía también fallecieron. Por suerte, una tía sobrevivió. Ella es como una supermujer para mí.

 

Mi camino hacia una educación superior

 

Después de terminar la escuela secundaria, estaba pensando en qué hacer con mi vida. Siempre me apasionó la ciencia, y lo que le pasó a mi familia hizo que quisiera graduarme en ciencias. Pero en el hogar hispano tradicional en el que crecí, se daba por sentado que debía convertirme en ama de casa. Viviría en casa de mis padres hasta casarme, y luego tendría hijos.

Esa idea no me gustaba. Seguía queriendo entender qué les había pasado a las mujeres de mi familia. Así fue que llegué a tener tres empleos, y cuando había ahorrado suficiente dinero, me mudé a otra parte del país para estudiar biotecnología genómica.

Estudiar me resultó difícil. Conocí a mujeres que habían ido a la universidad, pero no a muchas que ocupasen puestos de dirección. Yo quería dejar huella, pero quienes trabajaban en las áreas que me interesaban eran todos hombres, por lo que en ese momento no me pareció una opción realista. Así que me marché y empecé a estudiar con mucho ahínco. Mientras investigaba, descubrí que mi bisabuela también había fallecido de cáncer de mama. Eso me hizo poner todavía más empeño en el estudio. Me gradué entre el 10 % de los mejores de mi clase.

Iba a ser la primera mujer de mi entorno en ir a la universidad y graduarse.

Cuando terminé la licenciatura, me centré en investigación, y poco después pasé a diagnóstico. Trabajar en diagnóstico me animó a pensar en cómo podría cambiar las cosas. Me di cuenta de que necesitaba hacer una maestría. Un factor que me influyó enormemente en esto fue saber de dónde venía la enfermedad de mi familia, pero desconocer cómo podía curarla.

 

Los hispanos estamos trabajando en ciencia y tecnología. Somos responsables de garantizar la igualdad de oportunidades para las personas, no solo para aprender sino también para crecer en diferentes oportunidades educativas y de desarrollo. Acercarse a los demás facilita el crecimiento de nuestra comunidad.

 

Me encontré un bulto

 

Mientras aplicaba para la maestría, noté que tenía algunos bultos en la mama. Como ya había visto a las demás mujeres de mi familia pasar por un cáncer de mama, sabía que estaba predispuesta a padecerlo, incluso antes de entender la causa científica de esto. Por eso aprendí a examinarme desde muy joven. Me revisaba las mamas todos los días. Así que estaba muy familiarizada con sus características.

En cuando empecé a sentir algo raro, pedí al día siguiente una cita con mi ginecóloga. Confiaba en ella, y me hizo una ecografía. Después me derivó a un oncólogo.

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que fui al oncólogo. Me asustaba saber que estaba yendo al mismo oncólogo al que había ido mi madre. Le comenté que él había tratado a mi madre cuando estaba enferma, y que ahora tenía miedo de que me pasara lo mismo. Me aseguró que todo iría bien. Que mi madre hubiera muerto no significaba que también yo fuese a morir. Me dijo que probablemente era muy reciente, ya que estaba muy pendiente de hacerme las revisiones. Así que me revisó y finalmente me derivó a otro oncólogo más cualificado para situaciones como la mía, en las que se detecta desde muy temprano.

Al visitar al otro oncólogo, descubrí que tenía un quiste y no un tumor. Durante la revisión, descubrieron que tenía tumores pequeños en la mama izquierda. No recuerdo lo que pasó después. Era como ver una película sobre mí en la que yo no participaba en lo que estaba sucediendo.

El oncólogo nuevo me dijo que tenía dos opciones: esperar y ver cómo se desarrollaba, con una gran probabilidad de contraer cáncer, o hacer algo ahora, someterme a una mastectomía radical y llevar una vida larga y saludable sin tener que lidiar con el cáncer.

Me fui a casa, lo pensé, recé y hablé con mi familia. Decidí que la mejor opción era hacerme una mastectomía radical. Nunca había pensado que a los 26 años me extirparían las mamas y los ganglios linfáticos.

Así que me hicieron la mastectomía radical, y todo lo que me quedó fue piel. Por suerte, cumplía los requisitos para la reconstrucción, así que no perdí los pezones ni me tuvieron que hacer un injerto de piel.

Después de la cirugía, evaluaron el tejido mamario en anatomopatología y compartieron el reporte con mis oncólogos. Me explicaron que algunos de los tumores ya habían empezado a ser cancerosos. Tuve la suerte de que me operaran a tiempo, o la historia hubiera sido otra.

Después de la cirugía, me quedaron algunas cicatrices enormes y el trauma. Emocionalmente, estaba destruida. Recuerdo acostarme en la cama y taparme la cabeza con la almohada para gritar, ya que mi abuela me cuidaba después de la operación. No soportaba el aspecto de mi cuerpo. Me miraba al espejo y no me reconocía. No reconocía mi cara ni mis brazos ni, por supuesto mi pecho. Fue horrible ver toda transformación completa que tuve que atravesar. Tampoco sentí que fuera una sobreviviente del cáncer, porque no había pasado por las mismas dificultades que mi madre, mis tías y mi abuela. Mentalmente no estaba bien, pero tenía una misión, así que fui a terapia. Acudí a todos los recursos de salud mental disponibles a mi alrededor, y puedo decir que la cosa no desapareció por completo, pero se volvió manejable.

 

Si la educación no está justo frente a ti, haz un esfuerzo porque vale la pena. Si no te resulta natural, haz todo lo posible por leer artículos o informarte sobre los temas que nos afectan a todos. Es importante saber qué está pasando con uno mismo y con nuestra sociedad, y entender cómo nuestra cultura a veces puede ser un obstáculo cuando hay tantas cosas en juego.

 

Cumplir mi misión

 

Dos meses después de la mastectomía radical, me mudé a California para empezar la maestría. Durante el primer año, todavía estaba en recuperación. Aún me dolía y sentía el tejido cicatricial en el pecho. Estirarme me resultaba muy incómodo y mentalmente agotador, pero recordaba constantemente que con el tiempo lograría superarlo y haría un cambio en el mundo. Contribuiría a conseguir medicamentos para ayudar a otras personas, y no solo para los países desarrollados sino también para los países en desarrollo. Para que las madres de otras personas que dependen de los sistemas de salud pública tengan medicamentos que las ayuden.

Actualmente estoy trabajando con un equipo que se encarga de conseguir que los medicamentos contra el cáncer entren en las etapas de regulación. Siento que estoy más cerca de cumplir mi objetivo. Mi meta es trabajar para una empresa farmacéutica que se centre en conseguir medicamentos contra el cáncer para los pacientes y en que estén disponibles y sean asequibles para las personas de los países en desarrollo.

 

Lo más importante que puedo decir es que no hay que tener miedo. La audacia y la valentía abren nuevas puertas. Hemos heredado cosas de nuestros padres, pero que hayamos crecido de esa manera no significa que sea lo bueno. Podemos mejorar, ser más fuertes y marcar una gran diferencia si nos atrevemos un poco más. Siempre les digo a todos que se quiten ese miedo con el que crecieron y hagan lo que crean que es imposible.

Descargo de responsabilidad: este contenido se proporciona solo con fines educativos e informativos y no constituye un asesoramiento médico o servicios profesionales. La información provista no debe usarse para diagnosticar o tratar un problema de salud o enfermedad, y aquellos que buscan asesoramiento médico personal deben consultar con un médico autorizado. Siempre busque el consejo de su médico u otro proveedor de salud calificado con respecto a una condición médica.