La toxoplasmosis es una infección frecuente causada por el protozoario Toxoplasma gondii (T. gondii).1 La infección se adquiere principalmente por la ingestión de alimentos o agua contaminados con heces de gato, o por carne poco cocinada de animales infectados.1 Durante la infección primaria, las personas sanas generalmente tienen síntomas leves o no muestran signos de la enfermedad. Sin embargo, si la infección primaria se produce durante el embarazo puede provocar daños graves al feto.1
El riesgo de daño fetal es más elevado si la infección se adquiere al inicio del embarazo, y el riesgo de transmitir la infección aumenta si esta se adquiere en una etapa más avanzada del embarazo.1 El tratamiento temprano de la infección aguda durante el embarazo puede prevenir o reducir el daño congénito1.
El diagnóstico de la infección por T. gondii empieza por la detección de anticuerpos IgM e IgG antitoxoplásmicos. La presencia de anticuerpos IgM antitoxoplásmicos es un indicio de infección reciente, aguda o reactivada por Toxoplasma. El diagnóstico de la infección aguda adquirida durante el embarazo se establece mediante una seroconversión o un aumento significativo de los títulos de anticuerpos (IgG o IgM) en muestras en serie. La prueba de avidez de IgG antitoxoplásmico se realiza para fechar la infección.2 Los anticuerpos producidos durante la respuesta primaria tienen una avidez inferior a los producidos durante la respuesta no primaria, por lo que una avidez elevada durante las primeras etapas de la gestación indica que la infección se produjo hace más de 4 meses y se descarta una infección primaria aguda reciente2. No obstante, no puede deducirse ninguna interpretación clínica de un resultado de avidez bajo o en zona gris.2.