La transfusión de sangre es un componente esencial en cualquier sistema sanitario. Sin embargo, incluso en las mejores circunstancias, varios factores aparentemente incontrolables pueden hacer que el cumplimiento de las demandas de suministro de sangre sea un desafío.
Cada año se obtienen más de 118,5 millones de donaciones de sangre y plasma para su uso como tratamiento de apoyo.1 Un acceso fiable a sangre y hemoderivados seguros es esencial para los pacientes que dependen de las transfusiones para mantener o mejorar su salud o para salvar su vida.
En 1998, la Organización Mundial de la Salud (OMS) introdujo nuevas medidas para garantizar la seguridad de la sangre donada y estableció una base de datos mundial para abordar las inquietudes sobre la disponibilidad, seguridad y accesibilidad de la sangre para transfusión.2
Desde entonces se han producido importantes avances en el cribado masivo de las infecciones transmisibles por transfusiones, con la identificación de nuevos agentes infecciosos, y mejoras significativas en la detección de marcadores de infección en la sangre donada.3
Sin embargo, en muchos países, los receptores de sangre y hemoderivados siguen corriendo un riesgo inaceptable de contraer infecciones potencialmente mortales que podrían prevenirse fácilmente.4